Jorge Camil
La reciente aparición de Felipe Calderón con chaqueta y gorra militar es preocupante, porque fortalece la creencia de que el régimen descansa cada vez más en las fuerzas armadas. Y aunque la salida fácil es la "guerra contra el narcotráfico", un tema que aplaudimos todos los mexicanos, por más que tenga matices parecidos a la "guerra contra el terrorismo" del señor Bush, es imposible separar el apoyo militar del acrimonioso conflicto electoral de 2006. En este contexto, la gorra de cinco estrellas pudiese estar más bien destinada a fortalecer la figura presidencial. (¿Quién se atreve a meterse con el comandante supremo de las fuerzas armadas?)
Tras el desastroso final de Vicente Fox se especulaba que Calderón iniciaría su mandato con algún hecho espectacular destinado a restablecer el orden, asegurar la gobernabilidad y comenzar a ganar la presidencia desde la presidencia. Algunos imaginaron que rompería el duopolio televisivo e iniciaría acciones legales contra los hijos de Marta Sahagún y el ex gobernador del estado de México. Se hablaba de tempranas iniciativas de ley destinadas a fomentar la competencia económica como paso inicial para erradicar los principales monopolios empresariales. Pero no. Aún no. Quizá jamás lleguen a materializarse en este sexenio las acciones surgidas del imaginario popular, de ese terco deseo de que las cosas cambien, de que lleguemos finalmente a la meta de esta interminable transición democrática. Calderón, en cambio, recurrió a la fuerza militar con excusa de perseguir al narcotráfico en su estado natal y reprimir el movimiento popular en Oaxaca. Y en cuanto al tema económico, propuso un raquítico Presupuesto de Egresos que indica la decisión de continuar privilegiando las finanzas por encima de programas sociales y culturales.
Si el prematuro uso de las fuerzas armadas mostró a un mandatario dispuesto a gobernar con el dedo en el gatillo, el rígido Presupuesto de Egresos, un documento sin pena ni gloria, anunció una presidencia opaca en la que el férreo control económico y administrativo será la prioridad de un régimen claramente neoliberal. Cero déficit, cero deuda, cero tolerancia. El Presidente se presentó como un avaricioso pater familias que gasta con cuentagotas el dinero que ingrese a las arcas de la nación. En un entorno así, los recortes sustanciales en educación pública, ciencia, tecnología y cultura nos dan la medida del hombre: ¡Adolfo Ruiz Cortines en pleno siglo XXI! Sin embargo, en cuanto al uso indiscriminado de la fuerza pública, que pudiese llevar al Presidente a caer en la "tentación totalitaria" de otras épocas, la decisión chocaría con las barreras levantadas durante nuestra inacabada transición democrática. La represión al estilo del rabioso Gustavo Díaz Ordaz, o del autoritario Luis Echeverría, independientemente del motivo, sería impensable de cara a los resultados electorales del 2 de julio. Una ventaja de medio por ciento, proveniente de un tercio del padrón electoral, difícilmente sirve de base popular para justificar el uso continuo e inconstitucional del Ejército para labores propias de los cuerpos policiacos.
Antes de caer en la tentación de regresar al pasado, el Presidente debería considerar que el régimen priísta, el modelo a seguir, contaba con un pacto social no escrito, y el consentimiento tácito de la mayoría, además de indisolubles lazos clientelares con obreros, campesinos y fuerzas populares. Más importante aún, ejercía un férreo control de facto sobre los medios de comunicación. Ese control, no obstante la censura y las veladas advertencias del actual secretario de Gobernación, sería insostenible frente a una libertad de expresión ganada en buena lid por los medios independientes en el contexto de la avasalladora revolución digital. (El presidente de Google, el buscador cibernético, declaró recientemente que el Internet constituye hoy día una garantía de libertad de expresión y democracia. Y tiene razón, porque en un mundo de youtube.com, flickr.com, myspace.com e innumerables blogs personales, en el que millones de noticias, fotos y videos se intercambian diariamente por usuarios privados alrededor del mundo, ¿cómo se podría detener el flujo de noticias de México al exterior y viceversa?)
Por otra parte, cualquier represión sin base popular, sujeta a la convenenciera alianza con el PRI, tendría que salir de una inopinada decisión de jugarse el todo por el todo. Calderón, un panista de la vieja escuela, de los que creían en la "brega de eternidad", se refugió al final en un gabinete partidista e incumplió su promesa de construir un verdadero gobierno de coalición. Continúa ostentándose como un gobernante abierto al diálogo, pero en la práctica designó a un secretario de Gobernación de línea dura con historial en Amnistía Internacional, y sigue privilegiando una preocupante relación con las fuerzas armadas.
¡Que no se equivoque el Presidente!, los Díaz Ordaz y los Echeverría quedaron sepultados en Tlatelolco. Hoy, el poder político se gana sólo con diálogo, convencimiento y democracia.
(La Jornada, 12 de enero de 2007)
viernes, 12 de enero de 2007
Calderón: la tentación totalitaria
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